¿Qué es ser una cebra? ¿Eres una cebra?
Pregunta compleja. La respuesta va a depender, principalmente de la respuesta a una simple pregunta: ¿Te sientes diferente, extraño o un extraterrestre a menudo? Si la respuesta es afirmativa, probablemente lo seas. Importante aclarar que lo de «a menudo» es importante. Muy importante. Todos nos sentimos extraños alguna vez. Todos sentimos que no encajamos en algún momento de nuestra vida. Es lógico y normal. Tienes un cerebro único, todos lo tenemos. Por pura probabilidad siempre nos vamos a encontrar en situaciones en las que el resto del grupo que nos rodea nos va a hacer sentirnos extraños. Eso no es malo ni bueno. Simplemente es lógico.
Si estás en un grupo de semejantes, con los que compartes muchas de tus características, no te sentirás extraño. Si te gusta el fútbol y te encuentras en el lugar de reunión de un club de golf o cualquier otro deporte, te sentirás extraño. No encajaras. Lógico ¿verdad? Sé que es una reducción al absurdo, pero el ejemplo ilustra muy bien lo de ser una cebra. En esas situaciones, tu cerebro, moldeado por miles de años de evolución en un único objetivo: sobrevivir con el menor consumo de energía posible, trata de encajar. Si la energía que necesita para hacerlo es excesiva, abandona la lucha y huye. O te hace desconectar del grupo o te hace escapar de él. Da igual que tú quieras, voluntariamente permanecer allí. Tu cerebro se niega a consumir un exceso de energía que le dificulta la función para la que está entrenado: sobrevivir.
¿Y qué pasa cuando cuentas con un cerebro diferente? Con un cerebro que ha desarrollado unas conexiones neuronales más amplias, más rápidas, más eficientes debido a su facilidad para generar mielina y para depositarla en las terminaciones de las neuronas. Pues, sencillamente, que la tarea de encajar no le cuesta tanto trabajo, no resulta en un consumo excesivo de energía. Y, por lo tanto, no huye tan fácilmente. Repito, más amplias, más rápidas y más eficientes. No he dicho mejores. Porque no son mejores, ni peores. Son diferentes. Más no siempre es mejor. Un sesgo muy peligroso cuando entra en acción. Y más con las altas capacidades. Asimilar más a mejor es uno de esos atajos que nuestro cerebro humano ha desarrollado para perfeccionar lo de sobrevivir con el menor consumo de energía posible. Y, cuando desde fuera, oyes la palabra alta capacidad, talento, sobredotación, superdotación o cualquier término similar, automáticamente, sin que puedas hacer nada, presupones que eso es ser mejor que.
Y no, ni la sobredotación, ni la alta capacidad, ni un cociente intelectual superior a la media, ni una creatividad desbordada, ni una alta sensibilidad, ni una mayor capacidad para recibir estímulos del exterior y procesarlos a mayor velocidad, ni una intuición afilada, ni una mayor capacidad para resolver problemas hacen que ninguna persona sea mejor que otra. Pero tampoco peor. Hacen que sea una persona diferente. Y ser una persona diferente en un mundo empeñado en que todas las personas somos iguales no es fácil, ni sencillo.
Si quieres saber más del tema desde dentro:
Sobre mí | ¿Qué significa ser una cebra?
¿Qúe es la alta capacidad?
Puedes encontrar infinidad de definiciones de lo que es la alta capacidad. Pero aquí me limito a lo que yo entiendo por alta capacidad: Es un potencial alrededor de una configuración cerebral que no es la habitual de los seres humanos. Para mí es muy claro que hay una mayor plasticidad cerebral. Esto se traduce en:
- Por un lado en más conexiones neuronales que, además cuentan con una mayor eficacia y una mayor profundidad. Se conectan áreas del cerebro que, normalmente, no lo están. Esto implica que los procesos cerebrales no se desarrollen de la manera típica y acostumbrada. Para realizar la misma tarea que un cerebro normotípico, un cerebro de alta capacidad usa otras áreas del cerebro que, habitualmente, no se implican en esas tareas.
- Y, por otro lado, esa mayor plasticidad cerebral, o neuroplasticidad, proporciona una mayor capacidad de recuperación en caso de accidente cerebrovascular, por ejemplo. En un ACV, hay zonas del cerebro que permanecen sin oxígeno durante un periodo de tiempo. En ese periodo, las neuronas afectadas, mueren irremediablemente. Y, aunque existen estudios que demuestran que nuestro cerebro es capaz de generar nuevas neuronas, no es algo sencillo ni automático. Y, probablemente, esa capacidad no sea suficiente para sustituir las neuronas de las áreas del cerebro dañadas. Ahí entra en juego la neuroplasticidad. La neuroplasticidad es la capacidad de nuestras neuronas de adaptarse a realizar otras tareas distintas, o la implicación de neuronas que habitualmente no se usan, en nuevas tareas. Seguro que has oído eso de que apenas usamos el 10% de nuestra capacidad cerebral. Tenemos millones de neuronas ociosas. Seguramente no por gusto, sino porque no generamos la suficiente mielina para que se conecten entre sí y, a su vez, con otras áreas cerebrales.
Erase una vez un ictus
Y aquí, esa mayor neuroplasticidad de los cerebros de alta capacidad entra en juego. Supongo que algún estudio se haya realizado al respecto. Pero como esto es un diario, trata sobre mi experiencia personal. En Julio de 2021 sufrí un ictus hemorrágico debido a una malformación arteriovenosa congénita. Mi cerebro estuvo sangrando más de 12 horas hasta que en urgencias descartaron todos los tipos de drogas que, al parecer explicaban mi comportamiento errático.
Una vez que todos los sospechosos habituales dieron negativo, alguien tuvo la feliz idea de meterme en la resonancia y descubrió la hemorragia en el mesencéfalo. Y, según me han contado, ya que no lo recuerdo, empezaron las prisas. Había que ponerme un drenaje para aliviar la presión intracraneal e inducirme un coma para que el cerebro se desinchara. Porque el cerebro, al notar que se queda sin espacio en la cavidad craneal, se defiende y se inflama para expulsar la sangre acumulada.
Así que tenía el cerebro luchando por recuperar su espacio natural, mientras una parte cercana al tallo cerebral se iba apagando por la falta de oxígeno. El resultado, según la versión oficial fueron 4 días en coma con un 90% de posibilidades de no despertar. Y, en caso de hacerlo, habría que valorar el daño cerebral que, a los médicos, se les antojaba importante, dados sus conocimientos y experiencia en situaciones similares.
Del coma tampoco recuerdo nada hasta el momento de despertarme en la UCI con un tubo en la garganta. Luego vinieron una serie de duermevelas acompañados de unas alucinaciones visuales y auditivas fruto de la inflamación que persistía en el interior de mi cavidad craneal y de las lesiones en el mesencéfalo. El daño cerebral era evidente. La zona afectada por la hemorragia tiene la responsabilidad de controlar los músculos oculares, el equilibrio y una gran cantidad de funciones (por si tienes más curiosidad).
Resumiendo: veía doble, tenía dificultades para tragar, carecía de equilibrio, el lado izquierdo de mi cuerpo, de por sí bastante poco útil por falta de uso, era la imagen de la negación y el lado derecho carecía de la sensibilidad necesaria para llevar una vida normal: coger objetos sin que se caigan, percibir el calor antes de quemarse o poder afeitarse sin ejercer una presión excesiva. Pero, como la gente me ha repetido hasta la saciedad: estaba vivo. Eso era lo más importante al parecer. Porque, de eso me he ido dado cuenta con el tiempo, para la mayoría de la gente es importante estar vivo, no resultando fundamental la calidad de esa vida.
Es muy probable que, después de leer lo anterior, tu parte empática te haya hecho sentir algo de pena. Y, automáticamente hayas hecho hincapié en que, afortunadamente, estoy vivo para escribir estas líneas. Es la reacción normal, la he visto muchas veces. Pero yo, como se irá viendo, no encajo en el concepto de normalidad. Eso es algo que percibí durante toda la vida. Mis gustos, mis aficiones, mi manera de ver las cosas y mi entusiasmo por resolver problemas y afrontar retos me distanciaban de ese conjunto que define a la gente normal.
Consciente de que estamos en una sociedad en la que no conviene separarse del rebaño, tendía a permanecer lo más cercano posible a él. Hasta que ese hecho, desgraciado y desafortunado para esa inmensa mayoría, me permitió entender mi diferencia. Y una vez que entiendes tu diferencia y la aceptas, empiezas a disfrutarla. Y te sientes cómodo con ella. ¿Habría llegado a este punto sin el ictus? Puede que sí, puede que no, pero lo más probable es que quién sabe. Lo que si tengo claro es que aceleró el proceso. En una doble vertiente. Por el ictus en sí y por la rehabilitación y recuperación posterior.
El ictus, lo quieras o no, te deja una cosa clara: la vida se acaba cuando menos lo esperas. Recapitulando mientras estaba en la UCI y en planta, fuí asociando señales. A pesar de tener esa malformación arteriovenosa desde que nací, no habría dado ninguna señal de su existencia de no haber existido una cantidad determinada de distres. Porque luego descubrí que el famoso estrés, se divide en eustrés y distrés. El eustrés es el estrés que nos permite afrontar con solvencia las situaciones del día a día. Todos necesitamos un grado óptimo de activación para nuestro desempeño normal. El cuerpo genera las sustancias justas para que sean consumidas. Cuando genera más de la cuenta porque le enviamos señales de que tenemos que hacer más cosas, en menos tiempo y con un grado de perfección determinado, el exceso se va acumulando. De todas esas sustancias que genera nuestro organismo para responder, la adrenalina y el cortisol parece que son las más importantes.
La adrenalina es responsable de aumentar las pulsaciones y la tensión arterial. Precisamente el exceso de tensión arterial provocó que las venas de mi malformación arteriovenosa, diseñadas para soportar menor presión que las arterias, reventaran causando una hemorragia. Una tubería de desagüe no está pensada para soportar la presión de la misma manera que lo hace una de conducción del agua. El exceso de adrenalina no consumida, navegando por mi torrente sanguíneo durante mucho tiempo, tuvo bastante que ver.
El exceso de cortisol, por otra parte, tampoco ayudó. Es la hormona responsable de prepararnos para las situaciones de alerta. Su adecuada regulación es imprescindible para un desempeño correcto. Pero cuando, como yo, vives en un constante estado de alerta, debido en gran parte a una baja inhibición latente, se desequilibra. Recibes un torrente continuo de estímulos. Tu cuerpo genera cortisol para prepararse. Pero no lo consumes porque, obviamente, no todos esos estímulos que percibes se transforman en amenazas reales. Así que has segregado cortisol para nada.
Espero que a estas alturas empieces a vislumbrar que esto de la alta capacidad no es tan bonito como parece desde fuera. Porque si, un cociente intelectual por encima de la media, parece, a priori, una ventaja. Pero para que exista ese cociente, es necesaria una configuración cerebral diferente. Se alcanza el cociente en las pruebas porque el cerebro funciona de una forma distinta. Y al ser algo estructural, no se puede encender y apagar a voluntad. Lo llevas puesto y activado todo el día. Y tienes que saber manejarlo y gestionarlo. La potencia sin control, no sirve de nada.
¿Por dónde empiezo?
¿Por dónde empezar? Pues depende un poco de cuál sea el origen de tu motivación:
- Si crees que encajas en esa etiqueta de cebra que he tratado de definir, yo empezaría con un par de libros:
- Demasiado inteligente para ser feliz de Jeane Siaud-Facchin: Para mí el más revelador, el que más se acerca, con mucho, a definir lo que es una cebra. Lo que significa, los problemas y dificultades que se afrontan en el día a día. Y además , útil para ir adentrándose en el concepto de creatividad. Para entender porqué esa creatividad, mal gestionada, puede significar un problema, llegando a desbordar a la persona. Te dejo la cita que yo considero más importante de todo el libro:
ese animal diferente, ese équido que el humano no ha sido capaz de domesticar, que en la sabana se distingue claramente de los demás gracias a sus rayas que le permiten camuflarse, que necesita a los demás para vivir y cuida muy celosamente de sus crías, que es a la vez tan diferente y tan parecida a sus congéneres…
- El valor de ser superdotado de Erika Landau. Con especial atención al comienzo del capítulo 2 que define muy bien el despertar de una cebra dormida: La soledad del corredor de fondo. Una metáfora, para mi gusto, sublime que describe el instante en el que tomas conciencia de lo que eres y decides hacia donde dirigir el futuro. El hilo conductor del libro es la descripción práctica con ejemplos de esa compañera inseparable de toda cebra: la creatividad. Un concepto tan simple y complejo a la vez y que marca el devenir de las personas con alta capacidad. Posiblemente el motivo por el que decides dejar guiarte por ella:
se asemeja a un corredor de fondo que corre más rápido que los demás. Intelectualmente es el primero casi siempre, pero con sus emociones se queda, frecuentemente, solo. Si no le ayudamos emocionalmente, renunciará a su individualidad y a su talento. Será como “los otros” para estar menos solo o se convertirá en una persona descontenta, marginada en la escuela y en la sociedad
- Demasiado inteligente para ser feliz de Jeane Siaud-Facchin: Para mí el más revelador, el que más se acerca, con mucho, a definir lo que es una cebra. Lo que significa, los problemas y dificultades que se afrontan en el día a día. Y además , útil para ir adentrándose en el concepto de creatividad. Para entender porqué esa creatividad, mal gestionada, puede significar un problema, llegando a desbordar a la persona. Te dejo la cita que yo considero más importante de todo el libro:
- Si has sido «agraciad@» con un hijo superdotado, pienso que el enfoque es un poco diferente. Si nunca te has planteado eso de ser un extraterrestre de otro planeta
- Si te toca cuidar de una cebra adulta
- Y, por último, pero quizás, lo más importante y lo menos estudiado, como «domesticar» a una cebra en el entorno laboral. Aquí el concepto de gestión del talento, cobra una especial importancia. Por un lado tienes un potencial de talento por encima de la media y, por otro, la posibilidad de obtener un beneficio. De tí como empresario o gestor depende que ese potencial cristalice. Y si, lo creas o no, por pura posibilidad, sobre el 10% de tu plantilla puede estar compuesta de cebras. Imagina el resultado si logras alinear sus intereses con los tuyos y permites que expresen su potencial. No te miento, la tarea es complicada, pero si no te pones a ello, la fuga de talento se pondrá irremediablemente en marcha. Lo iremos viendo a lo largo de este diario de una cebra.