La inteligencia no es lo más importante
Llevaba tiempo dándole vueltas al comienzo. Si acabaste por aquí, es muy probable que, al igual que mucha gente, hayas experimentado una asociación automática entre AACC o superdotación e inteligencia.
Y esto es lógico y normal. Para determinar si una persona es de Alta Capacidad lo hacemos clasificándola de acuerdo a una característica observable, medible y susceptible de ser ordenada Y la característica que mejor cumple esas premisas es la inteligencia. Es relativamente sencilla de establecer.
Pero esa facilidad creo que tiene un problema que la acompaña. Ocurre de manera similar a cuando andamos a la búsqueda de un coche. Enseguida nos vienen a la cabeza los indicadores menos complejos de evaluar y comparar: potencia, velocidad, consumo, nivel de contaminación…. Cada uno de ellos tendrá una mayor importancia en función de las necesidades del comprador. Y el comprador, por economía, se centrará y pondrá el foco en el indicador que más le interese.
Y, lo más importante, todo eso se produce por debajo del nivel del umbral de la consciencia. Como tantos y tantos procesos básicos en nuestro día a día. De momento quedaros con eso de: por debajo del nivel del umbral de la consciencia, es algo importante a tener en cuenta a la hora de tratar de domesticar a una cebra.
El objetivo de nuestro cerebro: sobrevivir con el mínimo consumo de energía
Todos los seres humanos tenemos un cerebro que comparte un objetivo común: sobrevivir con el menor consumo de energía posible. Ha sido moldeado por miles de años de evolución para ser lo más eficiente posible. Con independencia del número de conexiones neuronales, todos los cerebros comparten el objetivo: la eficiencia para afrontar las cientos de decisiones que tomamos a diario.
Por ello pondremos la lupa en la característica que consideremos más importante. Y, para ahorrar y simplificar la decisión, escogeremos el mejor vehículo en esa característica que hemos considerado más importante. Esta y no otra es la forma de funcionar normal, la que nos ha permitido sobrevivir y evolucionar como especie hasta nuestros días. Otro día, si me apetece, podremos hablar sobre cómo esta misma economía que se desarrolla por debajo del nivel del umbral de la consciencia, puede llevarnos a involucionar, pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Recuperando el hilo que nos ocupa, al igual que simplificamos cualquier decisión, el mismo mecanismo se dispara cuando escuchamos los términos superdotación o alta capacidad. En un instante lo asimilamos a más inteligencia. Y una vez nos enfocamos en esa cantidad mayor de inteligencia, el siguiente binomio entra en escena: más es mejor. Así que la existencia de ese ser, titular de una inteligencia mayor que la media es, obviamente, fantástica y maravillosa. Y como es tan ideal, esa persona debería sentirse plena y colmada y no tiene ninguna necesidad que merezca ser atendida.
Y esto ocurre, de manera natural y automática en un alto porcentaje. Para que sea más visual y entendible, lo podemos cifrar en un 90%. O lo que es lo mismo: 9 de cada 10 personas llegarán inmediatamente a la conclusión de que disponer de una mayor inteligencia es un hecho maravilloso que convierte a la persona en un ser con una existencia plena y que, por ello, no tiene ninguna necesidad adicional para gozar de un desarrollo integral.
No discuto ese silogismo que se produce de manera automática en el 90% de las personas. Es algo que no se puede controlar, ya que tiene lugar en el inconsciente. Y lleva funcionando así durante miles de años de forma totalmente natural.
El error que cometemos al ahorrar tiempo, energía y esfuerzo
Pero si puedo criticar que muy pocos se atrevan a detenerse a analizar ese sesgo. A poner en duda su fiabilidad. Que sea un mecanismo que facilita la toma de decisiones de manera económica no quiere decir que sea infalible. Y si nuestra especie se caracteriza por su racionalidad, no parece apropiado ignorar esa racionalidad en favor de un proceso que carece de la misma. Probablemente se deba a que el mecanismo goza de un alto porcentaje de efectividad. Y por ello permitimos que guíe nuestras acciones. Si ponemos el foco en el proceso, rápidamente vemos que cuestionar su efectividad supone una pérdida de tiempo en un alto porcentaje de las ocasiones. Para poner unos números que lo ilustren, podemos hacer uso de la regla 80/20. Con ello tendremos que 8 de cada 10 veces, nuestro proceso irracional habrá acertado. Y 2 de cada 10, habrá fallado.
Pero ahora quitemos el zoom del proceso y veamos la situación desde arriba con una perspectiva más amplia. Cuanto mayor sea la importancia de la decisión a tomar, mayor será el error que cometeremos si el sesgo falla. ¿Y cómo asignamos la importancia que le corresponde a la decisión que vamos a tomar? Parece lógico pensar que repetimos el proceso:
- Ponemos el foco en la decisión a tomar, en este caso, asignar la importancia a una elección.
- Al enfocarnos en una parte del problema, perdemos la visión global del mismo y, lo que creo que es más importante, como ese problema se interrelaciona con otros.
- Asignamos la importancia con una probabilidad de error del 20%.
Creo que se empieza a adivinar la crítica a este modelo que nos ha permitido evolucionar como especie. Centrar la atención en una parte del todo y dejar la decisión en manos de un automatismo es asumir un riesgo muy grande.
Y pensar que una persona con una inteligencia mayor que la media es una persona plena, que no necesita apoyo ni ayuda y que debe demostrar su capacidad en todas y cada una de las ocasiones es uno de los mayores errores que puede cometer una sociedad.
Al igual que cuando supeditamos la elección de un coche a un elemento concreto del mismo, dejamos de contemplar el coche en su totalidad, cuando decidimos el futuro o la utilidad de una persona de alta capacidad atendiendo a su cantidad de inteligencia, dejamos de ver lo que esa persona es y lo que puede llegar a ser.
La alta capacidad no es una ventaja en esta sociedad
Y, gracias a nuestro cerebro económico, pensamos que es una persona mejor, muy afortunada y orgullosa de su elevada inteligencia. Y, en otro automatismo muy habitual, surge, por instinto, la envidia. Manifestaciones habituales de esa envidia son:
- A mi no me parece
- Si es tan listo, ¿cómo es que no sabe…?
- Tan listo que es y no se ata los cordones
- Y mi favorita: Tacharle a un niño de 6 años el ejemplo de gusano como reptil y poner en bolígrafo rojo la palabra ANÉLIDO. Sin más explicación.
Si te fijas un poco, los ejemplos que he puesto se centran en niños. Ese instinto de ahorro de energía nos lleva a relacionar inteligencia con memoria y nos da como resultado un excelente rendimiento académico. Así que, gracias a nuestra configuración cerebral hemos deducido que alta capacidad es igual a un espectacular rendimiento académico. Y punto. Todo lo que no satisfaga esa igualdad no es alta capacidad ni superdotación. Así que si no hay alto rendimiento académico, ni hay alta capacidad ni hay superdotación. Espero que, visto tan de cerca, se vea lo poco que hay de razonamiento. Y no puedo culpar a nadie por sufrir ese comportamiento innato.
Pero si me vas a permitir que piense que quedarse en ese primer escalón si que es, a todas luces, bastante poco inteligente. Y qué, no plantearse que esa igualdad es incorrecta tras la inmensa cantidad de casos que no la cumplen, es poco apropiado para la especie más desarrollada del planeta.
Si acercas la mano al fuego y te quemas, la primera vez no es culpa tuya. Si sigues repitiendo el mismo comportamiento una y otra vez, podemos empezar a pensar dos cosas:
- O eres titular de una discapacidad que afecta a tu relación con el entorno a través de los sentidos
- O eres poseedor de una necedad importante
Lo difícil de ser una cebra
De cualquier manera, algo falla.
Recapitulando un poco. Hemos visto que asimilar inteligencia a una existencia plena es algo “normal”. Hemos visto las consecuencias que ello provoca en los niños y en su relación con el sistema educativo. y también hemos visto que, a pesar de las evidencias, seguimos quemándonos la mano Como no me encaja que nuestra especie haya sobrevivido durante miles de años con esa discapacidad que imposibilita su relación con el entorno, llego a la conclusión de que somos una especie, bastante necia.
Trataré de terminar por hoy. Ese ser superdotado con una existencia plena, cuando lo miras en su conjunto, es lo que me gusta denominar “cebra”. Un concepto, bajo mi punto de vista, simplemente genial, acuñado por la psicóloga francesa Jeane Siaud Facchin. Una persona que no forma parte de ese 90% que se centra en lo evidente y medible para sacar conclusiones bastante incompletas, y que si acierta a vislumbrar el potencial que, para la sociedad, pueden tener esas cebras.
También quiero dejar claro que no me voy a centrar en niños con altas capacidades. Por suerte, si esta es tu preocupación hay expertos conscientes de esa dimensión de las cebras como personas. Expertos que no se centran en una parte y amplían el foco para llegar a soluciones más completas. Comprometidos con darles la posibilidad de desarrollarse como lo que son: personas con un gran potencial.
Si que quiero centrarme en las cebras adultas, claramente desaprovechadas por esta sociedad simplista incapaz de entender que el bien común se logra cuando todos ganan. Una sociedad necia y envidiosa e incapaz de darse cuenta de que una cebra domesticada puede ser útil para lograr un resultado en el que todos ganan: cebras, caballos y asnos.